Pon todo lo que eres en el espacio que habitas.

El 10 de Marzo, estaba entre reuniones cuando me avisaron que el Mundo se “congelaría”.

En ese momento, China se estaba restableciendo del contagio del Covid-19. Italia estaba afectadísima y España debería ser el próximo gran foco de la pandemia. Poco a poco se expendería por toda Europa, América y África… Prohibido tocarnos, abrazarnos, besarnos. Obligatorio mantener distancia.

Me sentía protagonista de una película clase B. No sabía que hacer… Quedarme en Madrid o viajar a Lisboa? Acompañar a mi familia o no acercarme para no contagiarlos? Salir a comprar comida o cerrar todas las gestiones pendientes? Anticiparme al colapso y reorganizar mi trabajo en una plataforma online o seguir con mi rutina? Fueron días nublosos, caóticos, asustadores y los que la gente tenía poca conciencia de lo que nos esperaba… Pero desde del primer momento me parecía todo muy lógico: era imperativo parar el Mundo. Los desequilibrios económicos, políticos, gubernamentales, sociales, ambientales, climáticos y relacionales eran agudos. Hacía mucho que me sentía fuera de todo el contexto cotidiano. Todo era demasiado efímero, brusco, veloz y poco ético para mi metabolismo humano. Era necesaria una reflexión colectiva para que desde de la micro escala individual pudiera ocurrir una transformación macro. Hoy, pasados 19 días de confinamiento no sabemos cuándo retomaremos la normalidad, tampoco lo que irá ocurrir… Confío que el regreso sea singular, paulatino, estructurado en bases sostenibles y que el miedo se transforme en empatía.

Quizás todas estas reflexiones que acabo de compartir resulten de mi confinamiento solitario en mi ático de 35 m² en Madrid. Un Tú a Tú, sin momentos de pausa, entre mi cuerpo y el espacio que actualmente me acoge 24 horas sobre 24 horas… Cuando buscaba piso, sabía de antemano que la estancia sería temporal, pero necesitaba identificarme con el espacio. Tendría que ser luminoso y acogedor,  independientemente de sus m²  era obligatorio que mi forma de habitar pudiera encajarse en su estructura espacial. Tampoco quería alquilar Aire. Después de visitar cientos de pisos, unos más grandes que otros, me decanté por este en pleno barrio de Chamberí y no podía ser más ideal. La dimensión mínima impera pero el cambio de luz que sufre a lo largo del día me permite jerarquizar el espacio de acuerdo con mi nueva rutina. La zona de dormir es la más oscura y con menos altura, la zona de trabajo se encuentra justo donde se termina el abuardillado y la zona de estar es bañada por la luz cenital. En días de mucho sol el espacio se estira y en días grises me abraza. “Anímicamente” estamos en sintonía. Nunca había imaginado el poder que tienen las ventanas en el techo en días de confinamiento: a lo largo del día puedo acompañar el movimiento de las nubes y por la noche tengo la luna como compañera. También  he podido tomar el sol y mantener los niveles de Vitamina D. La cocina y el baño han ganado protagonismo así como mi sofá. Eran espacios muy transitorios, paraba poco en ellos. En mi nueva rutina  tengo que cocinar a diario, relajarme a diario y estos espacios han ganado vida. También las escaleras de mi edificio son mi escape, todos los días bajo y subo cinco pisos. Es un espacio muerto, los vecinos son personas mayores y no las utilizan. Y de pronto, tengo allí mi gimnasio privado. Mi rutina diaria termina a las 20h con el eco en el pateo de los aplausos de agradecimiento de los vecinos a los profesionales de Sanidad. Es el único momento que salimos “a la calle” y nos miramos sin miedo.

 Igual con lo que está ocurriendo en la sociedad estos días, me encuentro con una inversión de mis prioridades y de la utilización de los espacios.  Ahora valoramos más que nunca  las asignaturas que siempre han tenido menos carga horaria en los colegios: gimnasia, diseño, música, teatro, etc. Y en mi piso igual, los espacios que antes eran actores de reparto son los protagonistas de mi cotidiano. Si echo de menos sentir el aire abro todas las ventanas, me quedo parcialmente “sin techo” y mi caja de luz  empieza a moverse sola. Para que mis días transcurran con alguna  “normalidad” necesito mantener estos 35 organizados, con todas las cosas en su sitio, y si hago algún cambio es para que mi forma de habitar esté cada vez más enraizada. También es cierto que mi adaptación a esta nueva rutina no me ha resultado difícil porque mi identidad ya figuraba en cada rincón de este ático. 

Las casas deben contar nuestra historia. Nuestro enraizamiento debe ser hecho a través de ellas, independientemente de los m²que tengan, si vivimos en familia, si compartimos piso con amigos o vivimos sol@s. Más que nunca, nuestra casa es literalmente nuestra segunda piel, es el cuerpo que nos protege de todo lo que está pasando y deberá ser la continuidad de nosotr@s mism@s. Psicológicamente el espacio que habitamos nos deberá dar soporte, confort y energía para que podamos afrontar todas las adversidades, aunque no sea el ideal. No deberemos mantener una relación tóxica con nuestra casa.  Quizás está siendo la primera vez, desde hace mucho tiempo, que estamos teniendo esta confrontación diaria entre nosotr@s mism@s y nuestras propias casas. A través de ellas nos estamos conociendo más y más… Hay que aprovechar este momento histórico para sumergirnos en nuestro interior [ismo] y transformarlo en Poesía… Espacial.